-Extraído de
www.rebelion.org-
"Los derechos de los animales y el progreso moral: la lucha por la evolució" por Steve Best
Steven Best se doctoró por la Universidad de Tejas, donde ocupó
durante varios años la cátedra del Departamento de Filosofía. Ha
publicado 10 libros y numerosos ensayos. Sus intereses académicos giran
en torno a la filosofía continental, el postmodernismo y la filosofía
del medio ambiente. Defiende la filosofía aplicada y el ideal del
"intelectual público". Es cofundador del "Institute for Critical Animal
Studies"; como activista, se centra en la defensa de los derechos de los
animales. Apoya la democracia directa desde el consejo editorial de Inclusive Democracy http://www.inclusivedemocracy.org/.
Su sitio web es http://www.drstevebest.org/index.htmVivimos
en tiempos tenebrosos e inquietantes; somos testigos de guerras,
genocidio, terrorismo, capitalismo global depredador, militarismo
desenfrenado, vigilancia y represión gubernamental es sin precedentes,
una falaz "guerra contra el terror" que provoca ataques contra los
disidentes, así como una crisis ecológica que se manifiesta a través de
la extinción de las especies, la destrucción de las selvas tropicales, y
el calentamiento global. Los científicos advierten que nos encontramos
en un punto de inflexión, al borde de un colapso ecológico global, y a
muchos les horroriza la velocidad a la que se están produciendo cambios
catastróficos como el deshielo de los casquetes polares o la
transformación del bosque en sabana.
Es un momento difícil para
plantear el concepto de progreso. De hecho, ¿quién piensa que el mañana
será mejor que el presente? ¿Que nuestros hijos heredarán un futuro más
prometedor? ¿Que los trabajos, los sueldos y los planes de jubilación
brindarán seguridad, y las casas y la educación seguirán siendo
asequibles? ¿Acaso el sueño de la Ilustración (la difusión de la razón,
la ciencia, la tecnología y los mercados traería autonomía, paz y
prosperidad para todos) no murió en la mesa de matadero del siglo XX, en
ese macabro ayer marcado por las cicatrices de las guerras mundiales,
el fascismo, el totalitarismo, la derrota de la clase trabajadora, los
medios de comunicación de masas y el control de las mentes, Nagasaki y
Hiroshima (los mayores actos terroristas de la historia), y la
proliferación nuclear? Y ahora, ahora ya, apenas cruzado el umbral, el
siglo XXI no repudia, sino que continúa e intensifica la demencia de las
masas, perpetuada por peligrosos demagogos y por el Moloch del
neoliberalismo y el capitalismo global.
Parodiando una frase
célebre, cuando oigo la palabra "progreso", saco la pistola. Y es que en
el peor de los casos, el "progreso" es una coartada para la codicia, la
explotación, el genocidio, y el aplastamiento de los pueblos, los
animales, la biodiversidad y la ecología por parte de las ruedas
titánicas de la máquina militar y empresarial. En el mejor de los casos,
el "progreso" es una burla cruel en unos tiempos en los que amenaza una
regresión que lleva a millones de personas a aferrarse a la mera
supervivencia.
Los intereses particulares que se ocultan tras los
valores universales, los horrores y los pogromos que se perpetuaron en
nombre del progreso social, pueden llevar a los teóricos a desenmarañar,
deconstruir, desmantelar y destruir la noción de "progreso" como una de
las muchas ficciones universales, de las muchas mentiras del sistema
(como el "libre mercado" y la "democracia liberal") que florece
alimentada por el poder y se devora a sí misma en los niveles
insostenibles de crecimiento de la producción, la población y el
consumo.
Pero sería un error; como voy a demostrar, el concepto
de "progreso" tiene un potencial subversivo y un valor crítico; se puede
y se debe rediseñarlo y redefinirlo, para que podamos de verdad forjar
un mundo mejor que éste. Pero este nuevo concepto de progreso, insisto,
debe dar un salto cuántico y dejar atrás las trilladas visiones
humanistas de paz, seguridad y democracia.
Una breve genealogía del "progreso"
La noción de progreso (la idea de que la historia avanza en una
dirección definida y deseable que proporciona una continua mejora para
la vida humana) se ha llegado a afianzar de tal modo en las ideologías
modernas que es fácil olvidar que se trata de un invento relativamente
moderno de la cultura occidental. La creencia en el progreso es casi una
religión, pues la gente se sigue aferrando a ella a pesar de las
horribles tragedias a nivel institucional y los crecientes apuros que se
sufren en la vida cotidiana.
El "progreso" supuso una ruptura
con el pensamiento premoderno, no occidental. Rompió con el modelo
pesimista, cíclico, de la Antigüedad, en el que el tiempo se veía como
repetitivo en vez de innovador, como un eterno retorno en vez de un
suceso único. De acuerdo con la visión de la Antigüedad, la historia se
desarrollaba a través del ascenso y la caída de las civilizaciones, unos
ciclos de caos y orden que se repetían infinitamente, ciclos de
nacimiento y destrucción repitiéndose eternamente, impulsados por una
dinámica monótona carente de finalidad, objetivo, significado o
dirección. Como queda patente en la metafísica de Platón, muchos
antiguos pensadores equipararon el paso del tiempo con la corrupción y
la decadencia, denigrando el mundo empírico, que consideraron como mera
apariencia y falsedad, mientras buscaban la verdad en las esencias
intemporales. La visión del mundo grecorromana era fatalista,
determinista y cíclica en vez de optimista, abierta y lineal. Desde
Homero a los estoicos romanos, los antiguos se aferraron a la creencia
en las Moiras, unas leyes inflexibles del Universo a las que deben
someterse los humanos. La antigua cosmología no permitía, ni por
supuesto inspiraba, a la gente a concebir una mejora gradual de los
asuntos humanos, ni a aspirar a un futuro mejor que el presente y el
pasado.
Las raíces del progresivismo occidental se hallan en la
tradición judeocristiana. La enigmática y portentosa creencia en que la
historia tenía un significado, que estaba impregnada de un propósito, y
que avanzaba de forma continua desde el pecado de la carne hasta la
salvación del espíritu (para los rebaños fieles) supuso una clara
ruptura con la visión pesimista de la historia en cuanto bucle
repetitivo. Y sin embargo, la emergencia de la historia progresivista no
sólo necesitaba una narrativa lineal de un cambio que aportaba mejoras,
sino también avances concretos en las ciencias, las artes, la medicina y
la tecnología, que dieron lugar a claros avances en la vida social e
inspiraron el optimismo y la esperanza de un crecimiento sin límites. La
visión progresivista de la historia requiere una visión positiva del
cambio, un rechazo de un Universo inalterable hostil al ser humano, una
renuncia a una naturaleza humana fija, una afirmación del ingenio
humano, y una creencia optimista de que los humanos pueden, a lo largo
del tiempo, mejorar sus sociedades y mejorarse a sí mismos gradualmente.
Del
siglo XVI al XIX (a través del Renacimiento, la ciencia moderna, la
Ilustración, las revoluciones francesa y americana, el capitalismo y la
revolución industrial) tomaron forma estas condiciones. Comenzando en el
siglo XVIII, los teóricos inspirados por la Ilustración definieron el
progreso como unos avances en la educación, la razón, la crítica, la
libertad, el individualismo y la felicidad. Pensaban que el progreso
emergería a través de los logros imparables de la ciencia y una
actividad cada vez más ilustrada por parte de los gobiernos. Si bien
había escépticos, se generó un consenso cada vez mayor en el sentido de
que se podían discernir las leyes de la historia, de que los sucesos
modernos estaban logrando un progreso que garantizaba su difusión por
todo el globo, y que la naturaleza y la sociedad humanas eran
perfectibles y de hecho se perfeccionarían. Embriagados por la promesa
de la razón, la ciencia y la tecnología, predicando un nuevo evangelio
del Progreso, los pensadores de la Ilustración creían que las leyes de
la historia conducían inevitablemente hacia una sociedad global
gobernada por la razón, donde toda la humanidad sería feliz y libre.
Los
modernos conceptos del progreso tomaron nota, con razón, de los avances
de la ciencia, tecnología, medicina y libertad, pero pasaron por alto
los horrores que comenzaban a aflorar: colonialismo, esclavitud,
genocidio, y la transformación de inmensas poblaciones en ejércitos
masivos de esclavos a sueldo. Las ideologías modernas y las luchas
políticas derrocaron los dogmas religiosos, la superstición y las
jerarquías tiránicas de la monarquía y la Iglesia. Pero al mismo tiempo,
la modernidad simplemente sustituyó un sistema dogmático, el
cristianismo, por otro: la ciencia y la tecnología. El teísmo no murió
sino que se transformó en el humanismo, de modo que la humanidad se
tornó divinidad y se apoderó de los titulos de propiedad de la tierra de
Dios. Por supuesto, al igual que el capitalismo no abolió la jerarquía
social, la ciencia moderna no acabó con el antropocentrismo, y de hecho
apoyó el proyecto de dominar la naturaleza mediante la aceleración del
conocimiento y la destreza tecnológica.
Desde el siglo XVII, el
progreso se mide en términos estrictamente cuantitativos, como los que
hacen referencia al grado de supuesto "control" sobre la naturaleza (la
ciencia y la tecnología) o el aumento de los márgenes de beneficio, los
cupos e producción y el Producto Nacional Bruto (capitalismo). Un
problema obvio a la hora de definir y medir el progreso en términos
estrictamente materiales es la hipótesis de una conexión directa entre
riqueza y bienestar, entre la calidad de los bienes y la calidad de
vida. De hecho, un indicador cuantitativo de que no estamos avanzando en
un ámbito crucial como la salud y la felicidad es el hecho de que las
dolencias psicológicas, sociales y físicas aumentan conforme aumenta la
tasa de modernización. Es un hecho consabido que cuanto más "avanzada"
es una sociedad, mayores son las tasas de alcoholismo, abuso de drogas,
suicidio, enfermedades mentales, insatisfacción laboral, delitos,
asesinatos, divorcios y destrucción del medio ambiente.
Es
evidente que necesitamos mecanismos nuevos y multidimensionales para
evalaur el progreso que midan la calidad de vida (por ejemplo un tiempo
de trabajo y de ocio que tenga sentido) y no unas variables fetiche de
crecimiento cuantitativo. Pero los nuevos paradigmas propuestos por
pensadores visionarios (como el "índice de libertad humana" de Edward
Burch) tienen un fallo fatal. Los nuevos modelos deben ir mucho más allá
de lo que la mayoría se atreve a imaginar, de forma que trasciendan los
profundos límites del humanismo, por más democrática o universal que
sea su concepción, para llevar los derechos de los animales y la ética
ecológica a la vanguardia de una visión del mundo posmoderna que se
podría calificar de "revolucionaria", o que se podría considerar que nos
devuelve a la antigua sabiduría de la Tierra.
La tarea de la reconstrucción
Calificar de "progreso" a los procesos de modernización y el actual
estado del mundo es, ni más ni menos, una locura. La visión del mundo de
la cultura occidental, basada en la idea del dominio, ha sido un error
calamitoso. Las narrativas, los valores y las identidades de la
supremacía humana no pueden conducirnos a un futuro mejor, sólo puede
garantizar nuestra perdición. Las consecuencias falaces y desastrosas
que se derivan de separar a los humanos de la naturaleza, de intentar
dominar la naturaleza y hacer que se pliegue a la voluntad humana, y de
pensar que la naturaleza es un cuerno de la abundancia de recursos
inagotables, quedan patentes en la crisis ecológica que está
reverberando en todo el mundo.
En la era de la crisis que
suponen la sexta gran extinción de las especies, la destrucción de las
selvas tropicales y el calentamiento global, debemos admitir que el
emperador está desnudo, y que ha llegado la hora de llamar a la
civilización occidental por su nombre: es un sistema de dominio, guerra,
esclavitud, matanza y desastre ecológico que ha entrado en metástasis.
La crisis ecológica global es una potente refutación de las filosofías
dualistas, antropocéntricas y jerárquicas que han impregnado el
pensamiento occidental desde Aristóteles, pasando por Tomás de Aquino y
Descartes hasta el día de hoy.
Pero en vez de limitarnos a
deconstruir el progreso y vernos varados en un páramo nihilista sin
brújula moral, tenemos que reconstruir el concepto para trazar una nueva
ruta hacia delante que pueda evitar el caos social, pérdidas
inimaginables de vidas humanas y animales, y un colapso ecológico. El
"progreso" es un concepto indispensable, crítico y normativo, que se
puede emplear para hacer avanzar la democracia, la libertad, la
autonomía y la ecología, y para dirigir a la sociedad en una dirección
sana y sensata, en lugar de abocarla en una dirección disfuncional y
autodestructiva. Está claro que nuestro mundo no es como podría o
debería ser, y hay cambios dramáticos a los que deberíamos aspirar y que
deberíamos conseguir. El progreso significa que las condiciones
(individuales o sociales) se pueden mejorar, que hay un potencial que no
se ha agotado del todo. Se abre un abismo entre lo que la humanidad es
en la actualidad y lo que podría o debería ser. Sólo haciendo referencia
a alguna noción de progreso podemos valorar si nuestras vidas y
sociedades están moviéndose en una dirección positiva.
En un
mundo marcado por flujos rápidos, caóticos, sin dirección, el concepto
de progreso es un instrumento para guiar y dirigir los cambios en una
dirección que apunte hacia más democracia, libertad y equilibrio
ecológico, y de respeto por la vida no humana y la Tierra en su
conjunto. El progreso es un concepto universal tanto en su dimensión
cualitativa como en la cuantitativa; señala unas mejoras cada vez
mayores de la vida de un número creciente de personas. La única
definición social coherente de progreso se refiere a la mejora de la
vida de todos; ninguna definición de progreso coherente o defendible
aprueba la explotación de la mayoría en beneficio de una minoría. Así es
como los europeos definieron el progreso, como las ganancias en
recursos y riquezas acumuladas para ellos a costa de los millones de
africanos que esclavizaron y mataron. Si bien algunos pensadores
modernos como Rousseau, Condorcet y Marx definieron el progreso en
términos universales para todas las personas, ninguno de ellos incluyó a
las demás especies en esta ecuación. Nadie dejó de pensar que el mundo
moderno se ha construido adoptando la forma de un juego de suma cero, de
forma que las "ganancias" para los seres humanos son pérdidas para los
animales y la Tierra en su conjunto. La civilización occidental midió
los avances en cuanto a su nivel de confort y bienestar a través de la
esclavitud, la explotación y el sacrificio de miles de millones de
animales y el saqueo de la naturaleza. Desde el punto de vista animal y
ecológico, en cambio, el "progreso" es una regresión: se ha manifestado
en el desarrollo de horrores como las granjas de peletería, la ganadería
industrial, los mataderos, la sobrepoblación, la extinción de las
especies, el calentamiento global y el deterioro generalizado del
planeta.
Hoy en día salta a la vista que no puede existir un
concepto justo o viable de progreso que se base en la voluntad de
dominio, en el antropocentrismo o el especismo, o que ignore la unidad
evolutiva y ecológica, así como la coherencia, del mundo social y el
natural. Una definición de progreso que alza violentamente a los humanos
por encima de los demás animales, que esclaviza a todos los seres de
los que puede extraer sangre o dinero, que convierte el crecimiento en
un fetiche y ordena el saqueo, y que se nutre de la adicción y de unos
apetitos insaciables, implosiona bajo el peso de sus propias
contradicciones.
Un concepto sensato de progreso es
necesariamente holista, de forma que capte las interrelaciones y la
continuidad evolutiva entre los mundos humano, animal y natural.
Abandona las jerarquías trilladas, las pseudo separaciones, y los
prejuicios indefendibles de todo tipo, pues comprende que los animales
no humanos son sujetos sensibles cuya vida tiene sus propios propósitos y
valores. Repudia el juego mutilador de suma cero en el cual las
ganancias en una esfera, a costa de pérdidas en otra, pueden defenderse
como auténtico "progreso" en vez de calificarse como parca ganancia.
A
diferencia de los demás humanismos, una nueva visión del progreso debe
incluir a los seres sensibles no humanos, es decir, a los animales, en
la categoría de "todos" quienes deben beneficiarse de las políticas
sociales o las decisiones de la comunidad. Debemos promover un nuevo
universalismo que trascienda las limitaciones del humanismo y tenga en
cuenta las especies no humanas, el medio ambiente, así como las
complejas relaciones mutuas entre humanos, animales y el mundo natural.
El problema no son las narrativas excesivamente universales que ocultan
las diferencias culturales, sino más bien aquellas que no son
suficientemente universales.
En consonancia con esto, defino el
progreso social como aquello que ocurre siempre que se dan avances en
democracia, igualdad y derechos de modo que se maximice el bienestar
material y psicológico del máximo número posible de seres (humanos y no
humanos) en la mayor medida posible, y que existe en armonía con la
naturaleza y la dinámica ecológica. De acuerdo con esta concepción, el
progreso se mide en función del grado en que se fomenta el bienestar y
la integridad de tres mundos solapados: los animales humanos, los
animales no humanos y el entorno natural. Si algunos humanos obtienen
beneficios (por ejemplo, extrayendo petróleo del Ártico) a costa de los
animales y la Tierra, eso no es progreso; no sólo debido al pequeño
número de personas que se benefician, sino por el perjuicio que sufren
animales y hábitat, de modo que a la larga también se perjudica a los
intereses humanos.
Una nueva brújula moral Así
pues, cuando uno oye la palabra "progreso", debe siempre preguntar:
¿progreso de quién? Y si la respuesta no es de alcance universal, se
trata de explotación, no de progreso. Este concepto de progreso vincula
directamente a humanos y animales, sociedad y ecología, de forma que la
viabilidad y calidad del progreso depende de la habilidad humana para
lograr una armonía entre el mundo social y el mundo natural. Fomenta una
visión de liberación total, de manera que cualquier movimiento social
viable del siglo XXI necesariamente implicará la emancipación de
humanos, animales y la Tierra en un solo combate, una sola lucha. Las
tendencias y posibilidades positivas sólo se pueden promover mediante
movimientos sociales radicales, que fomenten la ampliación de la
comunidad moral, la expansión de la igualdad y la universalización de
los derechos.
Acosados por los fantasmas del calentamiento
global, la escasez de recursos, las pérdidas biológicas, la entropía
ambiental, las nuevas amenazas nucleares y unos conflictos globales que
van a más, el futuro de la evolución humana es, en el mejor de los
casos, problemático; en el peor, estamos condenados. El "progreso" es un
concepto normativo y crítico indispensable que puede usarse para
promover la democracia, libertad, autonomía y ecología, y dirigir a la
sociedad en una dirección sana y sensata, y no disfuncional y
autodestructiva. El progreso es algo a lo que los humanos aún pueden y
deben aspirar, y que aún pueden lograr, pero solamente con unos cambios
revolucionarios en la sociedad, la cultura, la política, la visión del
mundo y la identidad humana. Necesitamos desesperadamente una nueva
brújula moral que guíe y llene de contenido los cambios radicales,
institucionales y conceptuales, que se hacen necesarios en nuestro
mundo.
El progreso no puede seguir entrañando el juego de suma
nula en el cual los humanos "ganan" a costa de los animales y el medio
ambiente. Por el contrario, un concepto más profundo de progreso elimina
la contraposición entre animales humanos y no humanos, entre sociedad y
naturaleza; comprende las profundas interrelaciones entre todos los
aspectos de la ecología planetaria, y nos permite llegar a ser buenos
ciudadanos de la biocomunidad, en lugar de hunos, bárbaros e invasores
que destruyen toda su morada.
Más info en: www.rebelion.org